Por: Carolina Zuluaga Rodríguez
“Prometo no volver a tener más perros, esto es un mal buscado”, esas fueron las palabras que dije en la mañana de un domingo del año 2006, cuando una camioneta de color rojo vino por Nico, mi perrito, mi amigo, mi mascota, mi compañero fiel durante diez años.
Contar o por lo menos intentar hacer una idea para que alguien se imagine cuánto lloré me resulta imposible, sentía que se iba una parte de mí, que se me llevaban a mi hijo, hermano, amigo, todo lo que era ese french poodle para mi.
Nico llegó a mi vida un diciembre, fue un regalo del niño Dios; recuerdo ese momento con la misma felicidad con la que lo viví, yo no podía creer que tuviera un perrito en mis manos, un cachorrito que corría por toda la casa de mi abuelo materno (que ahora tampoco está), y que al dormir estaba metido en esa canastica que mi mamá había adornado especialmente para el nuevo miembro de la familia Zuluaga Rodríguez.
No quería acostarme, quería jugar con Nico toda la noche, porque él estaba más inquieto que yo, las luces del pesebre y del árbol de navidad no lo dejaban dormir, por mi parte no veía la hora de que amaneciera rápido para jugar con él.
Al día siguiente -25 de diciembre- era la sesión de baño y de limpieza, el perrito estaba lleno de pulgas, pero después de un buen rato de dedicación quedó como nuevo.
De ahí en adelante comenzó toda una historia de camaradería, yo cubriéndole los daños que hacía y él jugando conmigo cuando yo aun era una niña.
Los años fueron pasando y Nico iba envejeciendo, comenzó a sufrir de estrés y se arrancaba el pelo por pedazos. Luego comenzó a sufrir de ataques de epilepsia los cuales hacían que se fuera para los lados y que su cuerpo quedara tieso durante un rato. Y nosotros –mi familia- siempre pendientes del bienestar de él.
Todos los momentos al lado de Nico fueron maravillosos, los disfruté y los viví al máximo, ahora miro atrás y una gran sonrisa se apodera de mí.
Y los años seguían pasando, y el amor, y la seguridad de tener al perrito siempre conmigo aumentaban con ellos.
Sin embargo, después de muchas amenazas de mi mamá por las “diabluras” que hacía Nico vi que se iban haciendo realidad.
Me di cuenta que ella buscaba, investigaba y preguntaba sobre hogares de adopción de perros, mi mamá estaba decidida a regalar a Nico.
Yo la verdad no lo tomaba muy en serio, porque ella también quería a Nico, pero después de varios días tuve que despertar y afrontar esa realidad que iba a comenzar.
Y digo despertar porque así fue, ese domingo yo estaba dormida y no esperaba que fuera a ocurrir nada extraordinario, pero entre mis sueños escuchaba el llanto desconsolado de alguien, desperté y no veía a nadie en la casa, la puerta estaba abierta, volví a entrar y ahí estaba mi hermana mayor –Natalia- en su cama llorando; me imaginé lo peor, pero quise ponerle freno a mi imaginación y le pregunté qué pasaba, ella llorando me dijo: “vinieron por Nico”.
Apenas reaccioné miré por la ventana y vi esa camioneta roja -que la recuerdo y un sentimiento de rabia se apodera de mí- y ahí estaban mi papá y mi mamá hablando con un señor, que yo había visto algunas veces porque era amigo de ellos.
Cuando yo corría para la puerta venía Nico, corriendo hacia mí, porque se les había escapado del carro, lo cargué y lo abrazaba fuerte, muy fuerte como nunca en esos diez años lo había hecho; yo estoy segura de que él sabía lo que le esperaba, me miraba con cara de “no dejes que me lleven”, ahora era yo quien lloraba inconsolablemente.
De pronto apareció mi papá y me quitó a Nico de mis brazos y se lo llevó. Ese fue el último momento en que vi a mi perrito.
Cuando la camioneta arrancó, en medio de lágrimas lo dije: “Prometo no volver a tener más perros, esto es un mal buscado”
Cuatro años después de este acontecimiento, aun no sé qué pasó con Nico, puedo creer que ya no esté vivo, pero tampoco sé cuál haya sido su final.
A pesar de todo eso, hoy 25 de abril quisiera tener otra compañía fiel como era la de Nico, aunque sé que nada podrá reemplazar a ese french poodle que marcó mi vida.
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